AGOSTO
No es justo criticar las letras tristes de alguien (cuando tú también estás rota).
Hace meses que no hablamos el mismo idioma. Quizá la línea se ha averiado o he sido yo quien ha olvidado combinar correctamente consonantes y vocales. Puede que en tu aparato sólo se escuche ruido porque siempre saltas a la yugular o te marchas dejándolo descolgado. O quizás, sencillamente, te has cansado de mí, y mis rarezas ya no te parecen tan interesantes.
A veces me gustaría que pudieras ver más allá. Que pudieras sentir por un instante como una mujer. Que entendieras lo que supone la responsabilidad de los cuidados, la división sexual del trabajo, lo que agota la carga mental. Que me intuyeras sola y que no tuviera que ser yo quien explicara algo que jamás alcanzarás a entender (no tener que de-sa-rro -llar -la-i-de-a/tra-du-dir-me/jus-ti-fi-car-me/dar-te- pe-na-).
Puede que no sea es justo criticar las letras tristes de alguien cuando tú también estás rota. El ego es así, suele ocurrir que cuando asomamos la cabeza a la “normalidad”, formamos una familia y conseguimos un trabajo a jornada completa, nos creemos mejores y vamos por ahí sentando cátedra con discursos incendiarios cual Dolores Ibárruri, cuando la realidad es que, sea como sea, y aunque no quiera hablar de ti, mi coche sigue parado en mitad de la autopista y sigo durmiendo en aquella noche fría.
Y a veces, sigo necesitando que me rescaten.
Comentarios