Entradas

Mostrando entradas de mayo, 2013

LLORAR

Quiero llorar, llorarme, llorarte, llorarlos, y que mis lloros se lleven, cual río desbordado, las casas que edificaron sus golpes y sus palabras. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y

SIN TI

El abc de tus labios ha enmudecido mis recelos, tu saliva se ha convertido en mi caligrafía favorita. Soy monja con minifalda,  rostro de actriz,  orgullo con las bragas bajadas, Madrid en hora punta, oveja con piel de lobo, mujer golpeada. Soy una china en tu zapato,  una lamida de boca inesperada,  el poema  que siempre querrías leer,  tu contradicción,  hormigón en el agua.  Soy peso  sobre mi pecho,  reserva para dos  y novia plantada.  Soy quien sin ti ha perdido el aliciente de irse  a la cama

BELLEZA Y LITERATURA: ¿QUIÉN CALIGRAFÍA LO BELLO?

El lenguaje, o más bien, los discursos, suelen encerrar en sí pequeños secretos y cláusulas abusivas que no siempre son fáciles de atisbar. Teníamos quince años. Vivíamos esa época en que el valor lo establecía la marca de tus zapatillas deportivas. Nos creíamos los seres más especiales y a la vez, llorábamos por las esquinas nuestra mala suerte en el amor: Hugo había escogido a otra o había preferido el balón. Recuerdo que hablábamos de nuestro profesor de filosofía. Acababa de confesarnos entre El Banquete de Platón y la Metafísica de Aristóteles que pelaba las naranjas a bocados. Ese era justo el detalle que necesitábamos. Éramos adolescentes, las paredes de nuestros cuartos apenas sí se podían intuir entre tanto afiche, teníamos claro cuáles eran nuestros referentes en materia de belleza y don Justiniano se alejaba con creces de ellos. “Es feo, pelirrojo, le derrapan las consonantes, ¿no has visto hasta qué altura se sube los pantalones? Además, se quiere hacer el graci