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Mostrando entradas de abril, 2012

REDENCIÓN DE PENAS

No puedo culparte de que el brócoli haya reemplazado en mi vida al chocolate. No puedo culparte de que las calles me parezcan más frías más oscuras, más sombrías que antes. No puedo culparte de mis nervios mi falta de apetito y mis pesadillas. No puedo culparte si me escupió el espejo me arrincona mi ropa y no encuentro un amante. No puedo culparte por no satisfacer mis necesidades. Sólo puedo olvidarte y perdonarme por haberte querido.

EN MIS OJOS

Su cabeza se resiste, o quizá sea su soledad, a dejar de girarse en los pasos de cebra, a aceptar que ya está, que de una vez debe dejar de ser en esta historia universal, el último que olvida. Son las tres de la tarde, una hora poco habitual para reclamos desesperados. Fue él quién descolgó el teléfono y me pidió que viniera, y tal vez el hecho de que no sea madrugada y que su cuerpo se encuentre libre de drogas y alcohol, hagan de esta llamada una toma de iniciativa más seria todavía. Por suerte al cruzar el umbral de la puerta no reconozco oscuridad ni luz artificial. Las persianas están subidas, la habitación medianamente recogida y la cama hecha. Aún no ha guardado la maleta que ella se dejó, aquella cuya tercera esquina, la golpeada, se asoma bajo la mesa como queriéndose cubrir sabiendo que es culpable aunque nadie le haya leído su veredicto. Sobre la librería aún en pie la cartulina de una vieja amiga, "Feliz Navidad y buen año". Ni siquiera ha tenido fue

AVISO A NAVEGANTES

Si lo que pretendes es ser mi amigo no me digas que con este vestido te entran unas ganas inaguantables de follarme. Algo así como el agua y el aceite. Tu falta de apetito sexual y mis ganas de hacerlo en el Metro. El Rh inencontrable entre la madre y su feto. Mi carné de socia regado por el Manzanares y pisar el Bernabeu. El cargo de comandante mayor y un puesto como asesor para un fabricante de recortadas. La tarde y la prisa. La tortilla y el kepchut. El domingo y la ilusión. Para mí el postamor y la amistad son incompatibles.   Piénsatelo dos veces antes de levantarme la falda.  

CUENTOS URBANOS

Lleva un vestido de encaje que se me antoja heredado y al caminar, más que los kilos, son los complejos los que parecen pesarle. Adele calza un 38 y unas bailarinas de color azul. Azul como el príncipe que sueña cada sobremesa sentada junto a su gata de frente al televisor. Se ha imaginado tantas veces la vida salpicada de maquillaje, entre focos y falsos decorados, que ya no es capaz de diferenciar si las arrugas de la abuela son cicatrices de la vida o telerealidad.  Lleva un vestido de encaje que se me antoja heredado y al caminar, más que los kilos, son los complejos los que parecen pesarle. Yo, que a veces me creo superior sólo por haber leído a Foucault y llevar gafas, la observo desde la distancia, a salvo tras la salvaguarda de mi cerveza. Es la menor de doce. La única cuyo cabello no apesta a amoniaco. Aún es virgen y al contrario que las demás, no se ha atrevido con el tinto de verano. Está sentada a la derecha, atenta y callada. Su rostro desvela su juventud y su s