Es curioso, siempre dejas de quererme para quererme aún más después (cuando la distancia y el tiempo te han demostrado que estabas equivocado otra vez).
La semana me queda larga como los bajos del pantalón. Siento fría y ancha la cama, me retumba el silencio, meto y saco tu recuerdo del congelador. Me he fugado con la huida, he cazado al cazador, hice y rehice las cuentas pero ni por esas me he quitado la etiqueta de deudor. Lavé todas las palabras, las pasé al escurridor, he quitado ya la mesa y tú apurando la botella, ¡márchate de mi domingo, por favor!
Como Zahara tengo millones de canciones que me recuerdan a ti. A él. A ellos. A todos los que un día amé. O eso creía. He dejado atrás los veranos en que apenas salía de su cama. Los tristes ojos de aquel muchacho en los que nunca dejé de buscar a pesar de saber bien que los encontraría cerrados. No hallarás más entre mis cajones palabras torpes que justifiquen nuestros besos -y sus terribles resacas-, ni sueños efímeros que mantener a golpe de café. Puede que definitivamente haya dejado de ser esa chica. Ella. La del equilibrio imposible. La víctima perenne de las fuerzas electromagnéticas de su paquete . La que creíste inalcanzable. La facilona del bar. Con quien quisiste casarte en vuestra primera noche. La que se emborrachaba para lanzarse sin remordimientos a unos brazos. La infeliz. Esa chica. La coleccionista de sábanas inesperadas, de historias que pudieron ser. Ella, la protagonista del libro que más me gusta leer.