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Mostrando entradas de junio, 2012

CERTEZA

(De cierto). 1. f. Conocimiento seguro y claro de algo. 2. f. Firme adhesión de la mente a algo conocible, sin temor de errar.* - Si se te caen los vasos, te tiemblan las rodillas y echas a correr cuando te llamo, ¿por qué no has cerrado la puerta y te has marchado sin más? - Porque cuando posas tus labios sobre mis labios parece detenerse el tiempo. *RAE.es

BAÍLAME EL AGUA

"Baílenme el agua" entonan tus crujidos y tu rebosar constante. "Sírvanme frío", resuenan tus caprichos y tu parecer malsonante. No me gustan tus "noes", tus "síes", siempre condicionantes, no soporto tu falta de fe personal de la que nos haces culpables. No vine aquí para hacer amigos y no es contigo con quien quisiera quedarme. No voy a formar parte de tu séquito ni tampoco a adorarte. En la vida hay muchos suplicios y a mí me ha tocado tener que aguantarte. Me consuelo con la sana certeza de que pronto voy a marcharme. No quiero deberte nada ni que tu eterna marejada acabe por resfriarme. Ciao, adios, que te vaya bonito y que jamás tenga que volver a encontrarte.

SE BUSCA

Se buscan bostezos frente al televisor,  piropos sobres mis nalgas,  ropa interior esparcida por la habitación,  vasos vacíos en una terraza, versos robados a una canción discusiones que no llevan a nada, espagueti carbonara para dos y para el helado, la misma cuchara. Se busca fruta prohibida para caer en tentación, y los domingos, una buena pedaleada, apelativos cursis e imaginación e incitación a escapadas, se busca caballero  con el que hacer excepción, boca a la que meter  una buena dentellada, se busca novio, amigo o amante,  se busca el peso de un cuerpo sobre de mi cama.  Interesados dejen aquí razón y forma de contacto.

TERRAZAS

Las hay de piedra,  de madera de nogal,  de frío aluminio o poliuretano.  De confesiones a media tarde empapadas en café.  De primeras citas  cuyas tímidas rodillas se esconden entre las patas y el decoro para no llegar “más allá”. De tardes de domingo, fútbol y euforia. De sienes irritadas buscando que sus penas se derritan al sol.  Caprichosas,  sorteando viandantes  y multas de urbanismo,  ahumadas a las orilla de los pies malolientes de la ciudad,  salpicadas por el canto de quien se deja parte de su vida en una cerveza y quien pide entre las cervezas para sobrevivir.  Pagadas a escote  o sufragadas por la aún hinchada nómina del nuevo mes,  envueltas en celofán en el Bulevar de Montparnasse o tapizadas de cáscaras de pipas en la plaza mayor de Jerez de los Caballeros,  pero todas se recogen igual,  con la misma premura,  cuando sorprende la lluvia.

INSTINTOS DE COLOR

¿Por qué empeñarnos en condenar la policromía en las miradas? Nada es más triste que el "blanco o negro" y su posterior dedo inquisidor. Aquel día no fui capaz de explicar por qué dejé que me devorara como una boa a un elefante en mitad de la pista. - Ha sido vergonzoso, ¿es que te gusta? - Pues la verdad es que creo que no. - ¿Pero, entonces? Verme entre la espada y la pared por los perjuicios nonagenarios de mi amiga de 20 años no era lo que habría esperado, pero por suerte supe cómo reaccionar para que su superioridad moral me resbalase. Arbitrariedades a un lado, fue ésta la primera vez en que fui consciente de la maldita manía social de colocarnos anteojeras. Si al mirar tras la ventana vemos cantidad de matices, carrocerías burdeos, farolas metálicas y oxidadas, setos verdes, el rubio caoba del cogote de la vecina y hasta el sol cegador,  ¿por qué empeñarnos en condenar la policromía en las miradas? Nada es más triste que ese "blanco o negro" e