LA INCOMODIDAD

Hoy me he pintado la cara para no parecer tan triste.
No ha funcionado.
Últimamente los sábados me recuerdan demasiado a una vida anterior. Agoto las mañanas en pijama, escuchando canciones de La Cuenta Atrás, arrastrando los pies de habitación en habitación. Recojo la casa, barro y friego, y relleno las baldas del frigo. He vuelto a autoproclamarme madre de una familia que no existe, y que esto te ocurra una vez es una putada, dos, es que eres gilipollas.

Hoy me he pintado la cara para no parecer tan triste. No ha funcionado y ahora me siento vacía y sola. Vacía, sola y guapa como una modelo de la televisión. No consigo conjugar ser "la fuerte e independiente" y necesitarte tanto. Y me avergüenzo de ello.

Mañana es ocho de marzo y me pregunto si no sería buena idea pasearme por las calles de Madrid con esta proclama: "Hombres del mundo, nada nos haría más felices que que se hagan responsables de sus hogares. Dejen de regalarnos cosas materiales y hagan la compra y limpien el baño". No acabo de entender si es que, quizá, se les hace demasiado largo y por eso no comprenden.

En estas botas rojas siempre me entran piedras. Sin embargo, me he hecho a caminar con ellas como cuando, con gran facilidad, me acostumbro a la incomodidad que supone que no te vean, no te tengan en cuenta o seas el primer peso del que deshacerse en caso de peligro de hundimiento. 

Entonces, ya sabes, aprieta el automático, jodida pero contenta, estoy bien, sí, no pasa nada, tranquilo, mientras enchufas el secador.

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