Y VICECERSA

Cada vez que te digo te quiero, me cago de miedo.

Anoche fue otoño en Madrid, cerraron las piscinas y se inundaron los garajes. Me pasé todo el día comiendo y tuve que cerrar las ventanas y ponerme el pijama mientras decenas de conductores desesperados aguardaban a que alguien les rescatara de una inmensa balsa de granizo en la M40. El frío se me coló en el pecho y por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba sola.

Últimamente no dejo de encontrarme palabras tuyas entre mis libros. Notas que debiste escribir, preso del miedo, cuando no era yo, sino la noche, la que llegaba pronto a casa. Palabras que coloco sobre mi lengua y paladeo, en vano, porque ya no me saben a nada. 

Hasta hace unos meses pensaba que había cosas que sencillamente no eran para mí: pintarme los labios, tocar la guitarra, peinarme con la raya al medio o ligarme al tipo más guapo de la fiesta. Y a pesar de que casi nunca hablo de mí, aquí sigues, imaginándome.

Solía preguntarme cuándo se cansarían de aguardar la apertura de esta caja fuerte. Qué pasaría cuando la encontraran desnuda y fría, y seguramente más pequeña de como se la imaginaron al verla en el catálogo de las pasadas navidades. Sin embargo hoy, duermo y sueño en los coches, recorro pueblos ya conocidos como por primera vez, y tuesto cada mañana el pan, sin poder evitar imaginarme que alguien pueda quererme como Almudena Grandes quiere a Luis García Montero. 

Y viceversa.

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