MUÉRETE

Las nubes han entrado a golpe de butrón en mi corazón, y de nada sirve que afuera el sol caliente o que la tele anuncie para esta semana anticiclón.
 
Mi cuerpo lleva semanas explosionando. Meses. Pero como suele ser habitual en mí, he achacado sus sacudidas a cuestiones externas, casi meteorológicas, como si no fuera conmigo la cosa.
 
Que ayer fuera incapaz de conciliar el sueño es sólo la punta del iceberg. Fue precisamente eso, mi incomodidad en la postura, quien me recordó que hace ya un par de meses planeé una huida: escapar de la ciudad, escapar un poco de mí y mi montón de planes impostergables. El resto, como siempre, es historia, porque mi agenda, repleta y mi autoexigencia son expertos en hacer traspapelar pasajes entre montones de libros y las hojas de mi calendario de pared.
 
Ser capaz de verlo, de reconocerme como abusadora de este cuerpo mío, instrumentalizadora de su energía, y responsable de la mordaza que calla mis necesidades, no es fácil para mí, y duele. Por eso cuando conseguí zafarme de la soga que me aprisionaba el cuello, y con monosílabos cobardes me confesé culpable, ascendieron las murallas de mi pena al escucharte decir: “pero, ¿y qué pasa conmigo?”.
 
Maldita culpa. Maldito sentimiento de abandono. Muérete.

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