BLOWING IN THE WIND

Julio esperaba. De lunes a viernes trabaja en una empresa de márketing y publicidad, les llevaba las cuentas, pero pasadas las seis, era un hombre libre. Libre de presupuestos y albaranes. Libre para esperar.

A ratos esperaba la suerte. Un trabajo nuevo. Un sueldo más alto. Más vacaciones y una plaza de garaje. Los sábados y los domingos solía pasear por el centro de la ciudad. Entonces esperaba el amor. Esperaba a Mariela. Con sus ojos azules y sus largos cabellos color azabache. La esperaba así, con esa pinta, aunque también esperaba a Pamela, de pelo corto y rubio y potentes caderas, y a Nuria, de melena asimétrica y una sonrisa de sandía. Esperaba el amor, eso ya lo he dicho.

En agosto solía viajar a Castellón. Se tostaba en la playa y comía paella en los chiringuitos del puerto. Allí le gustaba esperar el encuentro. Pensaba en fiestas y en champán, en amigos vestidos con camisa que le repetían lo cojonudo que era, y en señoritas embutidas en seda que se le agarraban y le pedían que les contara una vez más "aquella anécdota tan divertida en el velero".

Julio solía esperar y anotaba en cuartillas todos sus deseos, pero también todos los impedimentos que él veía para su consecución. Un día mientras esperaba en un banco del Retiro, el amor, una vez más, se dio cuenta de que el dinero nunca llegaría a él porque el ascenso en el trabajo sería imposible. Sacó del bolsillo de la chaqueta su montón de hojas sueltas y buscó en ellas su última entrada: "9 de octubre 2008. Deseo 875: Conocer la Iglesia de San Donato de Zadar. Impedimento: no hablo croata". Retiró el capuchón de su bolígrafo Parker Jotter de acero inoxidable y escribió: "12 de octubre de 2013...". Y esperó.

Esperó así todo el otoño. Todo el invierno, escribiendo en decenas de folios todos sus sueños y pesadillas, hasta que una tarde de abril, un viento soberbio se hartó, y llevándose con él todas sus letras,  sus penas y desilusiones, decidió.

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