LOS LUNES AL SOL

Me aprieta el pantalón y tu ausencia. La báscula acabó por llamarme la atención recordándome que afuera pegaba el sol y que el azúcar no pudo ser jamás el sustitutivo del cuerpo nadie.

Esto ya lo he vivido yo antes, me digo. Cada lunes amanezco en una nueva vida con planes alimenticios claros, disciplina y deporte, pero elevado el precinto del martes suelo sorprenderme agarrada a una cerveza o un paquete de dulces.

Nadie nos avisó de que vivir era esto, un continuo ir y venir, un buscarse y por el camino, desprenderse de todo lo feo, tantas sonrisas falsas, tanta sinceridad mal procesada y unos jueces que desgraciadamente siempre se ponen del lado del mismo.

Lo confieso, me enamoré de un chico muerto. Durante meses traté de hacerle entrar en razón. Le hablé de las maravillas que le esperaban fuera. Me quedé en los huesos de tanto ofrecerle mi energía y comida. Pero, ¿acaso es un pecado desear amar a alguien? Pelear un sueño está bien, pero hay que hacerse responsable de a cuántos se lleva uno por delante con tanto ímpetu y jolgorio. Especialmente si ese alguien eres tú.

Me cuesta confiar en la gente. Usualmente no lo hago. Por eso detesto tanto haberme equivocado. A veces uno no sabe cómo llegó hasta aquella habitación, pero sí cuantas cervezas tomó o qué puertas empujó hasta acabar llorando en la puerta de esa fiesta. 

Lo siento. No me has dejado elección.

Ya no te puedo querer.

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