LOS DÍAS CONTADOS

Como cada sábado, a las diez, reclama al sueño mi despertador. Aunque esta vez nadie lo recibe en casa. 

Sorteo caras apesadumbradas y soñolientas. Estoy en el metro. Cuarenta minutos después, a mi llegada, una sala no lo suficientemente cuadrada garabatea gestos nerviosos por no conocer(se) o conocer demasiado. Finalmente acabaré siendo una esposa sometida, a la par que exigente, una aprendiz vegetal que poco a poco aprende a recoger el agua con sus labios, un rosal que reblandece a golpe de abrazo su tronco anquilosado. 

¿Y tú, quién eres? A nadie le importa lo que hago, pienso, mientras me esfuerzo en dejar bien perfilado el boceto que bien enmarcado lucirá sobre el gotelé. Yo soy quien encierra sus sueños, sus poemas, sus dibujos, en una discreta cajita y esconde la llave allá donde nadie puede mirar. Yo soy quien -me- condena al olvido tantas imágenes hermosas y quien silencia tantas palabras, tantos signos de puntuación, memorizando cada interlineado, cada nota al pie, volviéndolo preciado aunque invisible para los/as demás. 

Crecí en un suelo embaldosado, carente de nutrientes y saturado de sombra, y es quizá por ello que me agarro tanto a la vida y lucho por sobrevivir. Me siento hermosa, olorosa y brillante para otros/as pero sobre todo para mí. Florezco cada primavera, impulsada por la sabia que tras mi rostro impasible, da calor a mi tronco y extremidades. Estoy dañada pero más allá de la sequedad de mi pasado vibra mi futuro y sus tallos nuevos y frescos, y mis raíces, que un día fueron castigo, hoy son el porqué de lo que soy. 

Sus ojos tristes y su caída de hombros me recuerdan a la chica del Pisuerga. También su cuerpo delgado y su manera de caminar. El hablar pausado del muchacho que aguarda a mi lado también me es familiar y dos metros más adelante, en la muchacha de la flor en el cabello, reconozco la energía de mi uruguasha, su ternura y su vivir queriendo más frenado por el miedo y sus veinte años. Hasta el reflejo de Mar se me asemeja a mi Estrella, parezco en casa. 

El domingo echa el cierre a la jornada y a mi insistencia por impedir un estado de párpados cerrados. La voz ya no me tiembla. No hay ojos vidriosos y del otro lado, lo que me recibo, es dulzura y admiración. Fueron años de una larga espera, pero quién dijo que no podría se equivocaba -y quien lo dijo fui yo-. El fantasma aún campa, un poco a sus anchas, pero ni es tan grande y poderoso ni me impide dormir. Puede que él aún no lo sepa o no lo quiera creer pero tiene los días contados.

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