MIRADAS

La observo. Tan estirada como un ciprés en el primer entierro del día. Ni el viento, ni el frío pueden con él. 

Mirada perdida en el retrovisor y su mano hierática sujetando una carpeta. Con la yema de los dedos, delicadamente, se retira el mechón. Cabellera lisa, castaño cobrizo del número 16 París Lóreal; de apariencia despeinada pero cuadriculadamente organizada desde las ocho de la mañana.
No puedo dejar de mirar su gesto mecánico, la suavidad con que se coloca el cabello, sin apenas rozarlo con las yemas de los dedos, como si temiera que fuera a estallar, como si de ello dependiera que el autobús con nosotras dentro, no saltara por los aires.

Ofrezco mi asiento a un hombre con gorra y bastón, que con energía y malos modos me "pide" que me quede quieta. La niña de porcelana me mira con resignación. Creo que a veces le gustaría ser un poco yo. Claro que a este lado de la barrera, las cosas tampoco son tan fáciles como las pintan los cuentos libertarios, querida princesa.

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