DOMINGOS

El domingo es siempre tierra extraña. Fuego enemigo. El espacio justo entre trinchera y trinchera.

Nati y yo nos conocimos un domingo. Ella llevaba el vestido a rayas verdes y azules que se compró en Bahía. Yo, el chándal aún manchado de pintura. La soledad nos pegó una patada en el culo a la misma hora y acabamos cruzándonos miradas en el kiosco de la plaza. Treinta minutos después ya sabía el nombre de su madre y por qué se había marchado de Oviedo.
Al día siguiente volvimos a vernos en la panadería. Al otro, en el centro social, y tras un mes no había pasado un día sin que nos encontráramos. Nunca nos llamábamos o acordábamos una cita, simplemente ocurría y esa espontaneidad hacía mágico cada momento.

"Ese vestido tuyo de rayas te hace unas caderas enormes", le dije las primeras navidades que pasamos juntas. Me sonrío y entrecortada por la risa que se le colaba en las mejillas y le hacía ruborizarse, me contestó: "Lo sé, cari, pero no puedes imaginarte lo que le pone a los hombres".

- ¿Y entonces tú qué le dijiste?
- ¡Que se fuera al carajo! Que no estaba yo para perder el tiempo con nadie.
- Pues sí, hiciste muy bien.

Los domingos son una isla. Una isla con marejada y vientos huracanados. Y como yo vivo en una chabola de caña de azúcar, cuando llega el domingo, el huracán se lleva mis ventanas y me lo deja todo hecho un asco.

- Es que ya estoy harta de que se piensen que una es una hermanita de la caridad.
- Desde luego, lo primero es el respeto.
- ¡Que una tiene su orgullo!
- Claro, Nati. Oye, ten cuidado que acabo de pasar la aspiradora.
- Es que, ¿qué se han creído los hombres? ¿Que somos menos que ellos?
- Ya sabes, la mujer a sus fogones.
- ¿Y qué pasa conmigo? ¿Es que yo no necesito nada? ¿Es que vivo del aire a caso?
 - Sólo saben pedir y pedir.
 - Coño, si más facilidades yo no le he podido dar. Pero es que es mi trabajo y si no cobro no pinto más, y si no pinto no como. ¡Es que siempre estamos igual! ¿Por qué no me podrán pagar como al resto de las personas a final de mes?

Para mí, el domingo es un caos al que Nati contribuye comiendo palomitas de microondas en el salón. Sin mirar el bol, ni la boca, ni se encesta o echa balones fuera.

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