VENTANAS

En el alféizar de la ventana descansan mis zapatos. Fuera se escucha el bote de un balón, la reminiscencia de mi infancia proyectada sobre una pequeña escuela. 

Siete macetas. No, nueve. Un par de visillos de metro ochenta. Un armario. Vasijas de Talavera sobre una estantería. Una televisión y el rostro de una vedette que anuncia el comienzo del programa. La mesa recién puesta. Para uno. La luz prendida en una pequeña lamparilla junto al revistero. Una mujer. Pelo gris. Cadera ancha y pechos cansados tras amamantar cuatro hijos y dejar que de ellos se colgara un marido que la abandonó cinco años después.
Como en un viejo teatro de postguerra alguien corre el telón carcomido por las polillas y el humo de cigarro. A este lado de la persiana se acabó el espectáculo. Nada de soledad, nada de pastillas para dormir ni de nietos que no recuerdan que ayer fue su cumpleaños.

Hace días que no la veo. Ya no se asoma y finge que yo no estoy mientras le habla al fantasma de su  hermano Paco. Tengo miedo de que la ventana haya dejado de ser para ella lo que es para mí: un acceso al mundo y a los demás. Temo que al no poder observarla me sienta solo en esta ciudad.

Comentarios

Vértigo ha dicho que…
Perfecta descripción, consigues que me lo imagine. Nos miramos y nos miran.
Anónimo ha dicho que…
Sugerente y perfectamente acabado.

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