RÍOS DE ARENA

La pobreza en Kenia es palpitante. No descansa, camina, conversa, enciende una hoguera y viste traje tradicional y americana.

En Nairobi, las carreteras son los ríos donde desembarcan las oportunidades para el sobrevivir. A ambos lados de las vías convergen camas, vegetales, bicicletas y todo aquello que alguien pueda ofrecer a cambio de unos pocos chelines. Horas más tarde comprenderé que el que alquila periódicos a la salida de la oficina o vende bananas y chocolatinas junto al autobús no es diferente de quien ofrece sus patatas o regenta una vieja cantina de hojalata en el mundo rural. 

Cruzo el país desde la capital hacia el norte en un viejo jeep alquilado. La pobreza en Kenia es palpitante. No descansa, camina, conversa, enciende una hoguera y viste traje tradicional y americana. Deambula por los falsos arcenes de la carretera y al interior de la urbe, o atraviesa estrechos y polvorientos caminos que conectan hogares separados por centenares de kilómetros. No entiende de etnias, géneros o edad, y se reproduce mientras el paisaje cambia del verde de la meseta a las amarillas arenas del desierto donde una hiena temerosa puede no saber quién está realmente de prestado en este escenario.

"Los kenianos caminan errantes" se podría pensar al ver como uno tras otro, sus rostros van quedando guardados en la memoria de quien les observa por segunda vez, con mirada curiosa, desde el retrovisor. No portan equipaje y parecen no preocuparse jamás por cuanto podría durar el viaje. Caminan incluso en la oscuridad y quizá sea justo ese detalle, su orientación, aquello que les hace sobrevivir a pesar de todo.  

Y es que en África sobran manos jóvenes desocupadas e iglesias de chapa y uralita, y si aminoras la marcha y te dejas embaucar, todos querrán convencerte de que sin lugar a dudas, la mejor y la que debes llevar es su mercancía.

Comentarios

Meta Fora ha dicho que…
Uf, que duro debe ser turista allí.
O no turista, simplemente forastero.

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