CUENTOS URBANOS
Lleva un vestido de encaje que se me antoja heredado y al caminar, más que los kilos, son los complejos los que parecen pesarle.
Adele calza un 38 y unas bailarinas de color azul. Azul como el príncipe que sueña cada sobremesa sentada junto a su gata de frente al televisor. Se ha imaginado tantas veces la vida salpicada de maquillaje, entre focos y falsos decorados, que ya no es capaz de diferenciar si las arrugas de la abuela son cicatrices de la vida o telerealidad.
Lleva un vestido de encaje que se me antoja heredado y al caminar, más que los kilos, son los complejos los que parecen pesarle. Yo, que a veces me creo superior sólo por haber leído a Foucault y llevar gafas, la observo desde la distancia, a salvo tras la salvaguarda de mi cerveza.
Es la menor de doce. La única cuyo cabello no apesta a amoniaco. Aún es virgen y al contrario que las demás, no se ha atrevido con el tinto de verano. Está sentada a la derecha, atenta y callada. Su rostro desvela su juventud y su sed de aventuras románticas pero por detrás, podría pasar por una más de este grupo de jubiladas.
En octavo se enamoró del profesor. En noveno la llamaron "vaca". Jamás supo en quién podía confiar, por eso ya no espera que nadie la comprenda. Da el primer sorbo a su Coca Light, y en sus ojos puedo leer que quién escogió estar allí fue ella. Se siente cómoda entre Pacas, Encarnas y Pepis porque jamás se nota juzgada.
Adele no sabe cómo empezar una conversación, por eso siempre aguarda. Adele no toma decisiones, sólo acata. Adele, como yo, a veces anhela hacerse polvo entre las sábanas.
Confía en que la sacudida del domingo y los vientos del sur sepan a dónde llevarla.
Comentarios
"La única cuyo cabello no apesta a amoniaco" Me encanta.
Se extrañaba "habitantes de Madrid".
Besos.
Siempre recuerdo con mucho cariño tu comentario en el que por primera vez me dijiste que describiendo era muy buena.
Besos, Juliet!