HOY, MAÑANA, SIEMPRE

Me gusta cazar arcoíris en las tardes de lluvia y sol y diluir en los charcos del parque las arritmias que me causan otros.

Mañana

Observo el oficio más antiguo del mundo, envejecer, y caigo en la cuenta de que no hay nada de romántico en los restos de piedra de una vieja iglesia, de que es lo mismo sentarse de frente a un campo de petanca aquí o en el parque de Luxemburg de París. No es la camaradería entre hombres, no es su atuendo informal que casa camisa con ropa deportiva, o sus conversaciones dispares, son mis ojos, el único genio capaz de convertir la cotidianidad en algo insólito.

Tarde

Me gusta cazar arcoíris en las tardes de lluvia y sol y diluir en los charcos del parque las arritmias que me causan otros. No quiero que digas que me amas si mañana te marchas a las Scheylles y no has comprado billetes para dos. No quiero salir a la calle con miedo y descubrir que miento y que tú, el siempre entregado, hace tiempo que escondió mi foto bajo la cómoda de la habitación de invitados.

Noche

Las estaciones de trenes son poesía en movimiento. Apenas duran segundos las miradas, los contoneos, el perfil de la muchacha que se retoca el pelo y el del abuelo que fuma en pipa. Sentada repaso cuerpos, prisas, las ráfagas de humanidad que pasan de puntillas por mi órbita visual. Qué otra cosa podría hacer. Podría salir corriendo, huir, pero ni a la velocidad de Gail Devers conseguiría escapar de mí misma. Soy la alegría con la muerte en los talones, la ilusión obligada a conservarse al vacío prostituida en un supermercado.

Las estaciones de trenes son el transporte de lo efímero. Ahora me toca averiguar qué soy yo. Eso o -también- marcharme.