MATAR A ALGUIEN

Recogida sobre el brazo derecho de mi sillón, dosifica preguntas que yo respondo telegráficamente. Ella es el reflejo de lo que no me gusta ver.


Sometimes I want to attack someone. Adoro esta imagen. Su tácita confrontación. Una rubia hermosa y de aspecto inocente se rebela socialmente entre unas sábanas. Con sus palabras golpea el status quo de lo que debería ser. La mujer modélica, dulce, la que nunca se enfada. 

Yo tenía dieciséis, un chándal Adidas, y todo cuanto anhelaba cabía en una cajita de plata. Me habían educado para conformarme. Para no rechistar. Para esquivar cualquier afrenta y, sobre todas las cosas, no dejarme llevar por las pulsiones de la ira. Había aprendido que mis reclamos en ese sentido no recibirían jamás respuesta, por lo que me había creído capaz de, sencillamente, olvidar. 

Trece años después casi me muero de pena. Toneladas de rabia, enfado y desdicha se volvieron contra mí cual mierda putrefacta. El reclamo de las cuentas pendientes o el efecto bumerán. Si no exiges que cada cual pague sus cuentas, acabarás ahogada por sus deudas.

Recogida sobre el brazo derecho de mi sillón, dosifica preguntas que yo respondo telegráficamente. Ella es el reflejo de lo que no siempre me gusta ver. El espejo de mis resistencias, los porqués de la moral conservadora que ya -afortunadamente- casi no me hago. 

Y esa imagen que tienes ahí. La que habla de querer atacar a alguien, ¿qué feo, no?- Lo pequeña que la siento en esa esquina, perdida, buscando entre mis pupilas a una persona que ya no existe, hace que la responda casi con dulzura, con amabilidad. Son tantas las veces en que siento que nuestros botes salvavidas navegan con rumbos opuestos, que ya he perdido la cuenta de los desencuentros y las ganas de remar. 

Elisa. Rebeca. Jaime. Mariola. Andrés. Hace un par de años rompí con ellos. Con el círculo vicioso y pernicioso del pasear por el mundo sin dejar una huella real de quién era. Porque, si bien me permitieron sobrevivir en un entorno hostil, sus cadenas hacía tiempo que me estaban dañando los tobillos, las muñecas, el cuello, el corazón, mi libertad. 

Del mismo modo que el deseo de que alguien se fuera a la mierda jamás se tradujo en un pasaje de ida y sin miras de poder regresar, ¿por qué tenemos tanto miedo a nuestra agresividad? ¿Qué peligro se puede encontrar en expresarla verbalmente? Sinceramente, dudo que alguien pueda pensar seriamente que yo vaya a agarrar una catana y matar alguien.

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