LA DISTANCIA INSALVABLE
No sería justo culpar a Enero. Soy melancólica por naturaleza. Estoy s ola en mitad de un descampado. Tengo miedo. Bajo mis pies, escombros, latas de cerveza oxidadas, una silla de playa y restos de una hoguera improvisada al compás de una rumbita mala. Antes, cuando quería huir de algo o de alguien, caminaba. Lo hacía sin rumbo fijo, en mis calles o en ciudades extrañas, con la mirada baja y las mejillas cortadas por el frío. Caminaba hasta que lograba que se me escapara una lágrima, era mi manera de amansar la rabia y dar salida a mi dolor. Afortunadamente esta noche mi vecino no ha intuido las rayas azules de mi pijama bajo el pantalón. Afortunadamente, porque habría sido mi respuestas más bochornosa a la vuelta del Chino tras la ya mítica “¿y tú amigo, dónde está?” , o la descarada apología a mi novio del del bajo C. Jamás imaginé que aquella Noche de Reyes me regalía nuestro reencuentro en Pozuelo de Alarcón. “Sabes que echo de menos tus palabr...