DE AVANZAR
La primera vez debería terminar con un "te amaré siempre", y no con un teléfono descolgado y ganas de bajar a la calle a verte con tus colegas. Conocí a Samuel en una especie de campamento de verano. Él tenía 15, yo, 16, así que no se puede decir que fuéramos especialmente jóvenes. Fue el flechazo adolescente más bonito y emocionante que una niña monjil y marimacho como yo hubiera soñado jamás: dos chicos de entornos y regiones diferentes comienzan una conversación absurda (¿qué no lo es a los 15 años?), e igualmente alejados de casa de sus padres descubren que pueden hacerse reír durante horas. Un día después están robándose besos furtivos en un pabellón. A este principio hollywoodiense le siguieron celos, desilusión y un final tan obsesivo como triste, porque sin más, él primero desapareció, luego me negó la palabra y finalmente buscó cobijo entre los pechos de mi mejor amiga. Y es que era un niño y yo, la más boba del recreo. Y lo digo así, sin acritud, porque hoy, ...