Llevo varios días caminando a diez centímetros del suelo. ¿La razón? Es lo de menos. Lo realmente importante es que hacía mucho que no tenía esta sensación. A penas he dormido, pero da igual. Ilusionada salgo de la cama, a la ducha, aunque algo más lento, la resaca también empuja (hacia abajo, hacia el colchón). Me visto, hoy no hay tiempo para desayunar, tomaré algo luego. Cargada -como siempre- salgo a la calle. El frío llena mis bolsillos, el sueño descansa en mi ropa interior. Las calles me parecen más bonitas, más amplias, más limpias, y la gente que las desgasta con sus suelas, menos extraña, más tierna. Sonrío porque sí, me siento más guapa y la barbilla dibuja un ángulo de 120 grados sobre mi jersey. Busco noticias por las esquinas, en los portales recién fregados, en el perro del que camina delante de mí. Me río sola frente al espejo en el que se ha convertido mi reflejo en la ventana del Metro. Tengo ganas de desear a todo el mundo que tengan un buen día. Precisamente...